La soberanía de la imagen, análisis de la obra literaria de Georges Bataille y Pierre Klossowski

  1. Patiño Káram, Juan Pablo
Dirigida por:
  1. Marta Segarra Montaner Directora

Universidad de defensa: Universitat de Barcelona

Fecha de defensa: 02 de febrero de 2016

Tribunal:
  1. Miguel Morey Farré Presidente/a
  2. Joana Masó Illamola Secretario/a
  3. Nieves Ibeas Vuelta Vocal
  4. Isabel Clúa Ginés Vocal
  5. Ricard Ripoll Villanueva Vocal

Tipo: Tesis

Teseo: 407038 DIALNET

Resumen

El presente estudio tiene por objeto el análisis de la obra literaria de Georges Bataille y Pierre Klossowski. A través del propio pensamiento de estos autores y utilizando diversas fuentes teóricas1 ponemos en paralelo su literatura para encontrar convergencias, pero sobre todo para mostrar cómo sus relatos recusan todo sentido en una puesta en escenas de intensidades que generan imágenes singulares. Imágenes que aniquilan su contenido, pero que a la vez, se abisman ellas mismas como expresión de una apuesta al instante. Apuesta y juego que se materializa en su literatura como imágenes incendiadas: expresión de fulguraciones que consumen sus contenidos, a sí mismas y a las miradas que cae bajo su fascinación. 1.- Desarrollo teórico Los dos primeros capítulos de nuestro análisis los dedicamos a la obra ensayística de Bataille y Klossowski, que pone en juego diversas nociones. Nociones que se entremezclan, superponen y funden, pero que lo hacen abriéndose a diversas dimensiones. Analizamos primero la elisión de la identidad en su obra. Elisión que está en relación con la recusación de todo orden, finalidad y saber. Rompimiento que tiene como correlato la expresión de las intensidades y las fuerzas irreductibles de la vida. De esta manera se muestra que en Klossowski y Bataille aparecen dos territorios que son contradictorios y están encontrados, y que sin embargo guardan una esencial relación. El hombre está constituido como ser cerrado por el saber y el lenguaje, y ello lo supedita a un orden, a una moral y a una serie de elementos teleológicos que limitan su vida. No obstante, entregándose a ciertas efusiones soberanas (como la poesía, la risa, la fiesta, el erotismo, la embriaguez, el sacrificio, el arte en una revuelta total), el hombre también es desgarrado por las fuerzas del cuerpo tal que proporcionan al ser una libertad total. Con ello la identidad del hombre se aniquila permitiendo así la erupción de las fuerzas de la vida que lo arrojan a la libertad. El hombre entonces entra en un juego infinito de simulacros que se multiplican en un movimiento disyuntivo sin fin y que lo arrojan a la repetición del instante soberano. El mal es otra dimensión esencial tanto en Klossowski como en Bataille. Esta noción posee múltiples atributos y acepciones en ellos (influenciados además por Sade y por Nietzsche). Su obra se eleva como rechazo a toda moral y toda trascendencia. Más allá del bien y del mal, Bataille y Klossowski se entregan a la profanación de todo bien por mor del goce destructor de la vida y de la simulación. Pero este goce no persigue ningún fin, es inútil, es maldito. Goce de la vida que se manifiesta como pérdida y sacrificio. La parte maldita es gasto que no busca más la exuberancia de su expresión. Plétora que, instalada en la muerte de Dios, no busca más que la exhibición suntuosa de la vida abocada al instante, al erotismo y al juego. En el tercer capítulo desarrollamos la noción central de nuestra tesis: la imagen incendiada. Noción que es atravesada por una infinidad de características a la vez que conceptos libremente tomados prestados de diversos autores. Esta noción refiere a la puesta en escena, en la literatura de Bataille y de Klossowski, de imágenes expresadas en exuberancia y suntuosidad, pero que a la vez aniquilan los elementos que las constituyen. Empero, el movimiento sacrificial no se detiene ahí, sino que se extiende como incendio sin control a la imagen misma. Las imágenes en la literatura de Bataille y Klossowski son figuras que se entregan ellas mismas a la destrucción. Pero abandonadas a la ruina hacen víctima también a la mirada que las observa, creando con ello un fuego universal que arroja a una mise en abyme cósmica. La noción de imagen incendiada está atravesada por la conceptualización de la repetición de la diferencia y el pensamiento nómada de Deleuze, como también por la différance y la iterabilidad de Derrida. La imagen incendiada la entendemos asimismo como acontecimiento tal como desarrolla este término Alain Badiou. Y estas imágenes en fuego también poseen una potencia de fascinación que desarrollamos a partir del pensamiento de Pascal Quignard y Maurice Blanchot. 2.- Análisis de la obra de Georges Bataille y Pierre Klossowski En el cuarto capítulo analizamos Las leyes de la hospitalidad de Pierre Klossowski. Lo hacemos partiendo primero de su libro Orígenes culturales y míticos de cierto comportamiento de las damas romanas, donde Klossowski profundiza en las imágenes mitológicas del mundo romano. De ellas extraemos dos características fundamentales que son contradictorias a la vez que complementarias en la literatura de Klossowski. Por un lado estas imágenes se presentaban en los templos teniendo por objeto el culto, y se asociaban al orden social y moral. Por otro, estas imágenes se mostraban en solemnidades culturales y representaciones escénicas tal que se vinculaban con expresiones populares que ponían en relación al pueblo con el dios o la diosa. Doble dimensión de la imagen mitológica que la lanzaba a una ambigüedad fundamental cuyos elementos entraban en contradicción. Por un lado el orden, por el otro las representaciones de comportamientos licenciosos que rechazaba Agustín de Hipona. Representaciones donde una liberación de expresiones sexuales tenía lugar a través de los mitos que multiplicaban las imágenes. En esas representaciones teatrales una doble naturaleza conformaba las imágenes: por un lado su naturaleza divina, pero también la expresión corpórea a través de lo sexual. Klossowski propone que esta duplicidad de naturaleza tenía su fuente en una arcaica práctica de prostitución sagrada. Las expresiones teatrales entonces son, en la cultura romana, el fruto de una desacralización progresiva que convertía a la actriz en sujeto de un erotismo ingenuo que se había emancipado de las solemnidades cultuales, deviniendo con ello objeto de espectáculo. Esta teatralización expresa elementos que permiten a Klossowski representar una parodia teológica. Klossowski conforma su literatura como una profunda fusión entre la teología y la pornografía. Fusión que tiene dos figuras fundamentales: Roberte y Diana. Roberte es el personaje central de Las leyes de la hospitalidad. Estas leyes tienen por objeto tener la posibilidad de compartir a Roberte con cualquier visitante. En ellas, expresado por un lenguaje paródicamente escolástico, Roberte es puesta a disposición de otros, de la misma manera que en la prostitución sagrada. Pero en esas mismas leyes la identidad de Roberte (y de todos los personajes) es cuestionada haciendo de su posesión una expresión de lo imposible. La literatura de Klossowski es una ruina de la identidad que permite una interminable permutación de papeles donde los seres siempre son otros. Juego de espejos que se desarrolla a lo largo de un erotismo soberano que recusa los elementos que conforman a los seres. Pero en esa movilidad infinita, a través de las intensidades que los atraviesan, éstos son puestos ellos mismos en juego, un juego que los arroja al fuego. En este capítulo analizamos los avatares de esta apertura que tiene lugar en las diversas imágenes que Las leyes de la hospitalidad generan. Apertura que fusiona lo sacro con el erotismo, pero que también pone en juego un paralelismo teológico entre la mitología cristiana y la mitología grecolatina, que se manifiesta especialmente a través de la figura de Dioniso. Utilizando la noción de la hospitalidad de Jacques Derrida y de los diferentes atributos de Dioniso, establecemos las diversas vías por las cuales Las leyes de la hospitalidad crean estos paralelismos entre lo erótico y lo sagrado, que a su vez se desdobla en un paralelismo entre las dos teologías mencionadas. Y precisamente este movimiento de duplicación —de disyunción tal como lo describe Deleuze— genera simulacros que se multiplican sin cesar, siendo cada uno de ellos la expresión de la diferencia, es decir, un acontecimiento que se crea y se consume a sí mismo. Klossowski posee una monomanía que se exhibe en la interminable repetición un gesto (de la imagen de Roberte) que se manifiesta cada vez de manera diferente. Roberte se configura así como objeto de sacrificio, pero también divinidad sacrificadora que pone en juego incendiado la mirada que la contempla, llevando con ello al cosmos entero a abismarse. Y en ese sentido Roberte (como epifanía de las intensidades del cuerpo encarnadas en las formas divinas) es una serie de imágenes que expresan la vida (cuadros vivos) y que buscan en la exuberancia su propia manifestación. En un Teatro de la crueldad (en el sentido que le da Artaud) esas imágenes son expresión de lo divino y de las fuerzas del cuerpo, que se quieren vividos en el instante. El capítulo quinto se centra en El baño de Diana, que es una nueva y libre puesta en escena del mito de Acteón y Diana. En ésta, Klossowski despliega una vez más una teatralidad que da vida a imágenes que se despliegan como una expresión de intensidades eróticas y malditas, de sacrificio y de goce. Nueva puesta en escena que hunde a la mirada en la angustia, pero también la arrebata con una risa soberana. A través de una repetición de escenas Klossowski desarrolla en El baño de Diana diversas configuraciones de la diosa que le permiten exhibir una serie de simulacros sin más fin que un goce estético destructor y alegre. Esta imagen está conformada de diversas maneras. Primero como politeísmo, ya que ella porta diversas máscaras y a la vez es máscaras de diferentes dioses. Empero, la Diana de Klossowski tiene especialmente las características de una de esas divinidades: Dioniso. La Diana de Klossowski mantiene algunos atributos que la tradición atribuye a la diosa: ella es mortífera, cazadora nocturna e inasible, es una virgen celosa dadora de vida. Pero esta imagen también comparte con Dioniso algunos elementos: son divinidades que representan una alteridad angustiante, son extranjeras e irrumpen violentamente, son expresión de una máscara multiforme, están en relación con el sacrificio y la guerra, y también con el éxtasis, el erotismo y el arrobamiento. Ahora bien, esta obra de Klossowski también repite una comunión de dos teologías. Analizamos, con la ayuda de la obra de Jean-Luc Nancy, aquellos elementos que Klossowski hace comunes entre la teología cristiana y la mitológica clásica. Otro aspecto esencial de El baño de Diana es la desnudez, característica que analizamos a la luz de la noción que hace de ésta Giorgio Agamben. Así, la desnudez de Diana está relacionada con la caída y el pecado. Es del mismo modo presentación del ser de manera inmediata en tanto apariencia última, es decir, la aparición del ser divino. La desnudez es también expresión de sensualidad y de la seducción del cuerpo. Pero la desnudez de la Diana de Klossowski también apela a una recusación de la verdad y de la identidad para dar paso a la simulación del cuerpo. Bajo este aspecto es expresión del fondo no intercambiable del cuerpo y en ese sentido se relaciona con la noción de desnudez de Bataille como expresión del no-saber. Klossowski repite en El baño de Diana la exhibición de un teatro que acontece en un tiempo mítico, que es el tiempo del eterno presente. Este tiempo en El baño de Diana lo relacionamos con el tiempo sin tiempo de El Baphomet; tiempo que es, en la obra de Klossowski, el tiempo del eterno retorno. Así, Klossowski desarrolla un teatro de las intensidades y del instante donde las imágenes se configuran como expresión de la vida, que a la vez es un poder de seducción que arrastra la mirada y que sacrifica a los seres; por tanto este teatro se configura, al hundir a su espectador, como imagen incendiada. Los últimos dos capítulos están dedicados a la literatura de Bataille poniéndola en paralelo con la de Klossowski a través de las diferentes dimensiones de nuestro análisis, empero puntualizando su singularidad. En el sexto capítulo abordamos principalmente las novelas Historia del ojo y El azul del cielo. Para el análisis de Historia del ojo desarrollamos las nociones de transgresión, de crueldad, juego y de comunidad sagrada, para El azul del cielo adicionamos la noción de la guerra como expresión de gasto supremo. A partir de ello se muestra cómo Bataille recusa toda noción de orden y de bien para plantear un nuevo culto maldito que hunde y aniquila al ser, pero que por otro lado afirma la vida y el instante más allá de todo límite. Para Bataille es fundamental la noción de transgresión, la cual posee un doble movimiento: la negación de ciertas formas y el rompimiento de las prohibiciones, y también la afirmación de todo aquello que supera esas restricciones. Puntualizamos especialmente que para Bataille el mantenimiento de las prohibiciones exacerba y potencializa el movimiento que las rompe. Dado que estas prohibiciones provienen de ciertas formas religiosas, Bataille las hace partícipes de su literatura para, a partir de su puesta en escena, mancillarlas, sacrificarlas y romperlas. De esta manera para Historia del ojo analizamos como ciertos símbolos del orden son transgredidos en pos de una manifestación de las fuerzas de mal y del goce. Así, mostramos cómo Bataille en esa transgresión, que exhibe sacrilegios contra los símbolos cristianos, da génesis a un nuevo culto maldito que pone en relación una nueva divinidad con la profanación de la religiosidad cristiana. A través de diversas escenas los personajes de Historia del ojo se van hundiendo cada vez más en esa dinámica transgresora, pero a la vez se van creando ritos nuevos, únicos y malditos que no buscan más que sacralizar el goce de los cuerpos y la libertad del placer que rompe con los límites del ser. Ritos que se celebran cada vez más con más potencia y que son cada vez más cruentos. La crueldad es uno de los elementos esenciales de ese culto. Empero, en la práctica de esa crueldad, Bataille pone en paralelo la teología cristiana (que es profanada) con símbolos que corresponden al culto dionisiaco. Paralelismo y comunión de dimensiones divinas que, a través de la profanación y parodia de la primera, y la recuperación exuberante del segundo, da génesis a una nueva religión entregada a una risa soberana. Ahora bien, es sobre todo uno de los símbolos de Dioniso el que hace que la representación de la crueldad tenga lugar de manera suprema: la figura del toro. En la representación de una corrida de toros esta crueldad se hace dionisiaca, es decir, gozosa a la vez que mortal. Mostramos de igual modo cómo el ojo es un objeto polisémico. Objeto que adquiere diversas formas donde la transgresión y la crueldad se funden con un goce henchido e imposible que tiene como pináculo la última escena de la novela. Apelando a la conceptualización de la profanación de Giorgio Agamben, junto con el análisis que hace Blanchot de la comunidad en Bataille, y utilizando las figuras de Dioniso y del juego (tan caro a Bataille), explicamos cómo esa nueva religión paródica tiene su génesis y cómo esta última escena rompe con todo limite. Plétora incendiaria que se apodera de los objetos, de los personajes y del cosmos, y a través de una epidemia dionisiaca, de una fascinación de la mirada, el fuego se expande al ojo que mira y que lee, cuestionando con ello toda identidad a la vez que afirmando las intensidades de la vida. La segunda parte del capítulo está dedicada al análisis de El azul del cielo. Utilizando las mismas nociones arriba descritas (la comunidad sagrada, la profanación, el juego, la transgresión y la crueldad) mostramos cómo esta novela es un desfile de imágenes que no son más que el simulacro (siempre diferente, siempre diverso) de una figura esencial: la del cadáver. Así, vemos cómo la novela es un deambular de cuerpos muertos (muerte que acontece al ser cerrado), cuerpos sacrificados, que por otro lado están en comunión con el fondo de la vida que supera las limitaciones de los seres discontinuos. Pero esta novela es también expresión de la guerra. Utilizamos en el análisis el pensamiento del mismo Bataille respecto a la guerra, pero también recurrimos a la noción de máquina de guerra de Félix Guattari y Gilles Deleuze. Con ello mostramos cómo El azul del cielo es una puesta en escena de un movimiento de perenne fuga, de rompimiento, pero también un campo de batalla donde los cadáveres copulan y se abisman. Guerra que hace explotar a los personajes y el mundo, y que no deja tras de sí más que el fuego que sucede a la batalla. El último capítulo de nuestro análisis está dedicado a Mi madre, “Charlotte d´Ingerville” y Madame Edwarda. Además de las dimensiones mencionadas más arriba utilizamos un par de figuras —igualmente polisémicas— para mostrar cómo la obra de Georges Bataille se abre y se multiplica en infinidad de imágenes y escenas que son también un gesto donde las fuerzas de la vida se expresan. La primera de esas figuras es la del laberinto. Ésta es utilizada en nuestro estudio bajo dos aspectos. El primero meramente formal. Afirmamos que la obra de Bataille se configura como una escritura que multiplica escenas e imágenes a manera de simulacros en eterna repetición, en perenne disyunción. Su obra despliega un desdoblamiento laberíntico y rizomático que genera interminables repeticiones de la diferencia donde acontecen intensidades que fascinan y atrapan. Son sus relatos una insistencia de puestas en escenas de imágenes incendiadas entregadas a un juego que se quiere soberano y libre. También apelamos a la figura del laberinto entendido bajo una perspectiva simbólica. Bajo ésta, el laberinto refiere a diversos elementos. El laberinto es puesto en relación con el cuerpo, específicamente con las entrañas, en el sacrificio. Sacrificio que es umbral entre la vida y la muerte, el acceso al mundo de los muertos. Una acepción adicional del laberinto refiere a las cuevas en donde ese umbral era sentido en las prácticas incubatorias en la Grecia arcaica. Así el laberinto es el acceso a otro mundo que celebraba diversos ritos. La danza y su dinámica en espiral son una expresión más de ese laberinto, es decir, del contacto con el inframundo. Danza que arroja al éxtasis dionisiaco. Danza y embriaguez son expresiones de Dioniso, en cuyo culto un corro de mujeres bailaba y se entregaba al delirio. Así se explica el relato mitológico del minotauro y la relación de Dioniso con la señora del laberinto, a saber, Ariadna. Por último, el laberinto es también la forma de una racionalidad que supera al hombre y que se manifiesta como un juego hundido en la belleza donde la razón se pierde. Con estas dimensiones del laberinto abordamos la novela Mi madre y “Charlotte d’Ingerville”, donde un juego infinito de repeticiones tiene lugar. Repeticiones que van hundiendo a los personajes en una geometría del goce que los hace perderse, que los hace hundirse en los oscuros parajes de la embriaguez y el erotismo. Pero Mi madre es también la creación de un nuevo culto donde el personaje central deviene ser divino. Ser divino que posee una comunidad arrobada y entregada a sacrificios y pérdidas. Laberinto de imágenes fascinantes que arrojan al ser a la nada. Imágenes que portan el fuego que consume a quienes las desean, abriéndolos a la expresión sin identidad del goce y terror de los cuerpos. Madame Edwarda por otro lado no es menos objeto divino, cuyo culto es de igual forma laberíntico. Para el análisis de esta novela profundizamos en la noción de desnudez en Bataille. La desnudez en él posee similares atributos que en Klossowski. No obstante, en Bataille este término refiere a un movimiento que en su obra es especialmente radical. Éste es la pérdida de la razón y el lenguaje en el laberinto insalvable del no-saber. Con Derrida y su interpretación de la obra de Bataille (como un simulacro de la dialéctica hegeliana) mostramos cómo nuestro autor crea un movimiento dialéctico al extremo: el paso del saber absoluto al no-saber absoluto. Con ello Bataille proclama un gesto que ciega el ojo dejando el fondo de los mundos al desnudo. Desnudez que arroja a la inmediatez (en el sentido que da a este término Giorgio Colli) de las fuerzas de la vida que recusan el saber por exceso, que dan muerte al pensamiento en la exuberancia. Madame Edwarda es una mujer hundida profundamente en el desorden, es decir, es una divinidad, la de las fuerzas del cuerpo. Pero es también el personaje de Bataille más desnudo, a saber, un ser cuya identidad está totalmente diluida. Es ella un ser sin atributos que conduce al narrador al delirio, a la locura y a la angustia total. Pero esta novela también está prácticamente liberada de toda historia. Los sucesos que tienen lugar en ella no son más que meros pretextos para la celebración de un culto donde Madame Edwarda es a la vez dios y una mujer pública. Cuerpo divino que se expresa a través de la epifanía de la desnudez donde el saber se rompe en pos de una experiencia imposible. Así la obra de Bataille es la expresión de una religiosidad que no busca más que la experiencia interior y la imposible celebración del eterno retorno. En la conclusión, vemos cómo las obras de Georges Bataille y de Pierre Klossowski se configuran como paralelas. No buscamos con ello sólo encontrar semejanzas, sino sobre todo queremos mostrar cómo el gesto de disolución de la identidad y del saber es común y se repite en su diferencia. Gesto que se manifiesta como afirmación de la vida y del instante. La literatura de Klossowski y de Bataille es así expresión de una fuerza imposible que dibuja una imagen que se consume bajo el fuego sacrificial del erotismo y la pasión del cuerpo, y que contagia al ser que contempla. Sus relatos son una puesta en escenas de su pensamiento (que es un contra-pensamiento), pero son también meandros paralelos dentro del laberinto creado por Nietzsche. En esta conclusión mostramos cómo su literatura es un canto (a su manera y siempre afirmando su singularidad) que ficticiamente Zaratustra podría expresar. Bataille y Klossowski configuran entonces una danza en paralelo que celebra el eterno retorno, pero que al hacerlo trasmiten al lector, a través de la fascinación, la posibilidad de una nueva divinidad paródica que arroja al ser a un infantil, inocente y maldito juego jubiloso de la vida donde la una risa soberana y angustiosa se expande como un fuego sacro que da acceso (al menos dramáticamente) a un sabiduría salvaje que recusa todo saber, y que no es más que la sabiduría soberana de la celebración ciega de la vida.