La description des lieux de la fiction dans les romans policiers d'Émile Gaboriau
- Fernandez, Virginie
- Julián Muela Ezquerra Zuzendaria
Defentsa unibertsitatea: Universidad de Zaragoza
Fecha de defensa: 2014(e)ko uztaila-(a)k 09
- Alicia Yllera Fernández Presidentea
- Ana Alonso Garcia Idazkaria
- Daniel Compère Kidea
Mota: Tesia
Laburpena
El siglo XIX está marcado por mutaciones económicas, políticas, técnicas, sociales y culturales de primer orden. Es el siglo del capitalismo y de la sociedad industrial, de la democracia política, de la ciencia todopoderosa y divulgada, de la conciencia histórica y de una cultura de masa. Es también un siglo de crisis de valores, traducida por una gran inestabilidad política. En el mundo literario, Gaboriau (1832-1873) nace en un periodo de revoluciones. En efecto, 1830 marca el nacimiento de la novela moderna, preocupada por la representación de la realidad. La novela se entiende entonces como una representación objetiva y rigurosa de la realidad, donde la ciencia positivista se convierte en el modelo de aproximación para los novelistas para la observación y el análisis del mundo. Gracias a la evolución de las técnicas y al desarrollo de la enseñanza, 1830 marca también la aparición de una literatura de masas destinada a un nuevo público popular. Consecuencia de las transformaciones socio-económicas rápidas de esta época, el crimen se convierte en uno de los hechos significativos de la existencia cotidiana, al menos en las grandes ciudades. En torno a él, se desarrolla una verdadera cultura popular. El crimen se vuelve un tema obsesivo y es fuente de numerosos relatos, tanto literarios como sociales. En este contexto social y literario, Gaboriau añade al folletín popular la narración minuciosa de una investigación policial y define un tipo de intriga científicamente criminal. Sus novelas aparecen como una novedad. Pues, diversos elementos claves del género emergen: el crimen misterioso e inexplicado, el policía profesional, la importancia de la investigación, el lugar que ocupan el razonamiento y la identificación psicológica. Gaboriau pone en escena profesionales que recurren a la ciencia antes de la llegada de la policía científica en los decenios 1870 y 1880. El trabajo de investigación de sus héroes, policías aficionados o profesionales, recalca una voluntad de verosimilitud y de modernidad por parte del autor que utiliza el progreso tanto científico como técnico al servicio de las intrigas. Una cosa es segura: Émile Gaboriau es, por una parte, un autor poco conocido de los lectores actuales y, por otra parte, un autor que suscita numerosas controversias entre los críticos en cuanto al lugar que ocupa en el nacimiento de la novela policiaca. A pesar de ser reconocido por numerosos especialistas del género como el inventor de la novela policiaca, pocos estudios en profundidad le han sido dedicados. En esta tesis, nuestro interés se concentra en un aspecto desconocido de las novelas de Gaboriau, la descripción de los lugares de la ficción. Siguiendo la regla general del género policiaco, sus obras se basan en un minimalismo descriptivo, un estrechamiento espacial y una acción que se impone a la descripción. Pero a través de una lectura atenta, todo un mundo emerge del decorado al cual el autor presta una atención especial. Partiendo de un análisis temático del espacio narrativo, nuestro objetivo es mostrar que las descripciones, las observaciones y las reflexiones diseminadas por el autor en sus novelas forman juntas la pintura de una sociedad en movimiento, la sociedad francesa del Segundo Imperio y de los primeros años de la Tercera República. Gaboriau aparece así como un observador atento, irónico y crítico de su época. Para el análisis de los espacios narrativos, nos ayuda básicamente el trabajo de dos críticos, Philippe Hamon y Gilbert Durand. Del primero, seguimos la estilística y la poética de la descripción explicadas en Du descriptif (1981) y La description littéraire anthologie de textes théoriques et critiques (1991). De Durand nos interesan algunos aspectos de la mitocrítica, especialmente a través de Les structures anthropologiques de l'imaginaire : introduction a¿ l'arche¿typologie ge¿ne¿rale (1960). Nuestro análisis se basa en once novelas. Las cuatro primeras, L¿Affaire Lerouge (1865), Le Crime d¿Orcival (1866-1867), Le Dossier n¿113 (1867) y Monsieur Lecoq (1868) pertenecen claramente al género policiaco, según la definición de la detective novel de Régis Messac. En la quinta, Les Esclaves de Paris (1867-1868), publicada antes de Monsieur Lecoq, la figura del policía sólo se manifiesta de manera tardía para detener a los criminales. Dejando un lugar reducido a la investigación policiaca, Gaboriau se aleja del género que puso en marcha y se acerca a la novela de costumbres. En las dos obras siguientes, La Vie infernale (1869) y La Clique dorée (1869-1970), se compromete definitivamente en esta nueva vía, abandonando completamente la figura del policía y el relato del trabajo de investigación. Son de ahora en adelante las víctimas de maquinaciones insidiosas ligadas al dinero mal ganado y a los placeres facticios quienes luchan para que la justicia triunfe. En Le Petit vieux des Batignolles (1870), el autor retoma el género policiaco pero a escala de la novela corta. Esta vuelta es efímera, ya que las últimas novelas, La Dégringolade (1871-1872), La Corde au cou (1872-1873) y L¿Argent des autres (1873), que presentan todavía la trama ¿fechoría-venganza-restablecimiento del orden¿ característica de la novela popular, muestran una evolución completa hacia la novela de costumbres, en la cual Gaboriau desvela los defectos de la sociedad de su época y particularmente los rasgos poco satisfactorios de la clase alta. La Dégringolade aparenta ser una novela social e histórica que narra la caída del Segundo Imperio y de los advenedizos que había elevado; La Corde au cou pinta las costumbres provinciales y L¿Argent des autres el mundo oculto de las finanzas parisinas. Nuestro trabajo se compone de tres partes, la primera formada por los lugares de París, divididos en París como ¿cuadro del siglo¿ y en lugares sociales: populares y burgueses a la vez privados y públicos, y la aristocracia ¿urbana¿ como adelanto de la aristocracia ¿rural¿; la segunda abarca los lugares que forman un contrapunto a París como los suburbios, la provincia y los lugares lejanos; la tercera los espacios funcionales: el espacio del crimen y el espacio del castigo. En número más reducido que los interiores aristocráticos o burgueses, los interiores populares son tratados sin embargo con más fuerza, verosimilitud y profundidad que los interiores lujosos, y muy particularmente los interiores aristocráticos, que a menudo siguen modelos. La descripción del París miserable sirve de introducción a la crítica social, que denuncia las plagas urbanas. Los grupos sociales marginales son estigmatizados por la mirada burguesa que los rechaza lejos del perímetro de su ojo en un espacio-tiempo diferente. Así el espacio parisino sigue un patrón geográfico-social conforme a las nuevas divisiones de Haussmann, al cual se añade una división temporal. La presencia textual de estos espacios, en gran parte situados al principio de las novelas a menudo los tipifica como espacios ineludibles de exposición para comprender el relato y sus acontecimientos. La novela policíaca, que nace de fantasmas sociales y cristaliza los miedos, presenta al pueblo como fuerza imprevisible y anónima. La clase popular se representa como fuente de agitación, particularmente a través de los bailes públicos, lugares de desenfreno y de confusión, y asociados a la agitación revolucionaria. La imagen de enjambre y la falta de intimidad que caracterizan los espacios populares interiores subrayan este miedo burgués a la masa. El espacio interior, convertido en público, ofrece la visión de una clase deformada. Lo escatológico, lo grasiento, lo sucio aportan una dimensión grotesca, mientras que la descomposición, la inestabilidad y la fluidez nauseabunda subrayan la corrupción de las costumbres. Este mundo sombrío e inquietante expresa un miedo latente y omnipresente durante esta segunda mitad del siglo XIX vinculado a la modernidad. Dejando a un lado el viejo París miserable del centro, la zona tradicional de la pobreza y de la criminalidad, Gaboriau escoge como teatros del crimen estos nuevos espacios-frontera problemáticos. El peligro de la modernidad se expresa a través de nuevos lugares inestables, mostrando una ciudad que se extiende más allá de sus límites tradicionales, que avanza engullendo el campo. Como espacio-frontera, a medio camino entre ciudad y campo, los suburbios sirven de teatro al crimen para un autor cuidadoso ante estos rincones de modernidad, recientemente alterados por la urbanización y que suscitan la reflexión. Con el fin de subrayar la negrura de unos suburbios ignorados, sombríos e industriales, extensión de los suburbios miserables donde la ciudad se deshace de sus residuos, Gaboriau pone de relieve a su lado en una visión dicotómica, los suburbios familiares y agradables de los chalés burgueses y de las ¿guinguettes¿ populares. Situados entre dos espacios, la ciudad y el campo, a la vez próximos y lejos de París, y entre dos épocas, el pasado y la modernidad, visualizan las transformaciones recientes y dibujan una sociedad que busca sus límites. Siempre en un equilibrio entre pasado y presente, la novela desempeña el papel de catálisis, que expresa las angustias colectivas recientes y explota los miedos ancestrales. En un intento por dominar las nuevas sensaciones urbanas a través del recurso a imágenes antiguas, Gaboriau mezcla temores modernos y tradicionales. En el conjunto de los miedos primitivos, la noche, el tiempo de todos los peligros, sinónimo de caos y de muerte, ocupa un lugar principal. Los crímenes ocurren por la noche, refugio ancestral de las actividades criminales. Durante el día, el autor denigra la sociedad y su sistema. Durante la noche, los combate desintegrándolos en tinieblas propicias al deseo de disolución. La noche revela así el fantasma nocturno de los contemporáneos, donde el crimen se levanta como una protesta contra el orden burgués. La cuestión obsesiva será, a partir de ese momento, restablecer el orden y alejar a la muerte. El epílogo predica en este sentido el restablecimiento del orden social de acuerdo con la moral burguesa y el triunfo de la razón. La Providencia participa en la reestructuración del caos y el regreso al equilibrio, necesarios para la supervivencia de la sociedad. No obstante, el fatalismo negro característico del discurso de seguridad pública deja flotar la inseguridad particularmente a través del triunfo amargo de la justicia. París ofrece por otra parte el espectáculo ininterrumpido de la muerte, sorda amenaza que pesa en la capital como el símbolo de la fatalidad de su desaparición. La Morgue, particularmente, lugar de espectáculo y de emociones fuertes, corrompe mentes ya degradadas. La curiosidad mórbida que viene para alimentarse hace eco allí con la de los espectadores del teatro del crimen. Gaboriau denuncia los errores, los defectos morales, culturales. Se erige en juez del valor de los seres y de las cosas. El crimen es en este sentido un residuo de la sociedad del dinero responsable de ello, y la criminalidad nace de una nueva clase social en el poder. Gaboriau no utiliza la vieja criminalidad y rechaza los estereotipos que asocian criminalidad y pobreza. Pasa de una criminalidad costumbrista a una criminalidad social. La ciudad es espacio de caída porque atiza las tentaciones y los deseos, manteniendo una separación deletérea entre los apetitos que engendra en los personajes y lo que finalmente les ofrece. El autor fija así una de las grandes reglas de la novela policiaca clásica, el estrechamiento espacial con la alta sociedad. El drama tiene lugar en un mundo cerrado, en el corazón de las familias aristócratas y burguesas. Los criminales, individuos integrados en la sociedad, tienen como móvil principal el dinero, la posesión, la ambición, lo cual define la lucha característica del siglo XIX dentro de una sociedad materialista y decadente. Los valores familiares están cuestionados por el oro, su poder de atracción y de perdición. El autor nos ofrece un testimonio sobre la comunidad urbana, poniendo en escena el nuevo centro construido por Haussmann al oeste, zona de la nueva burguesía de negocios y de las ¿lorettes¿. Gaboriau censura la sociedad consumidora y materialista de su tiempo, en las manos de advenedizos. El alma de París es destruida por el lujo ostentoso y corruptor. El autor se coloca entre los detractores de la orgía imperial y del papel obsesivo del dinero. Denuncia el prosaísmo, la uniformización de los gustos, de las actitudes y de los pensamientos, la especulación, el arribismo, la pérdida de valores. Los espacios burgueses públicos ofrecen también testimonios sobre su época. La novela policiaca, cuya intriga se arraiga un marco verosímil y contemporáneo, es la novela de la ciudad y se ofrece como el reflejo de una sociedad, de sus taras y de su evolución. El jaleo diario transmite un espacio fracturado y agresivo. La muchedumbre frívola, curiosa y animada de deseos malsanos, es la espectadora de las calles. Presa de sus pasiones, de su sonido y de su movimiento, presenta la alienación colectiva que hace de París una ciudad enferma sentida como amenazadora. Sobre los bulevares, en los cafés más elegantes, los burgueses hacen ostentación de su éxito social. Los espacios del consumo destilan la esencia del París que se divierte. Los vividores que se pavonean en las aceras de las grandes avenidas son la imagen del decaimiento de las costumbres. Los teatros siempre llenos testimonian esta necesidad de representación de la época, su gusto por la imagen y la imitación, y son sólo una parte del inmenso teatro que es la capital. Ver y ser visto define a toda una sociedad. Las carreras y el Bois de Boulogne, espacio de la exposición, descubren la mecánica social de la sociedad adinerada. Gaboriau presenta las entrañas del mundo del dinero, un París hipócrita que intenta disimular su inmoralidad con apariencias deslumbrantes. La Bolsa presenta la cara sombría de la moneda y define los bajos fondos financieros, la nueva clase peligrosa mientras que en los establecimientos bancarios se agita una turba de advenedizos dispuestos a todo para mantenerse. Los espacios burgueses privados, considerablemente más numerosos, muestran a los lectores escenas de la vida cotidiana y testimonian a su vez la mentalidad de la época, hacen de la capital una ciudad interior y privada. Los interiores de esta clase del dinero son verdaderos museos del objeto, centros de todos los deseos, obsesiones de una época donde el ojo puede quedar extasiado. Los interiores sobrecargados se disponen como escaparate del éxito social, al igual que los gabinetes de trabajo, habitación de exhibición y de ostentación. La acumulación de objetos, privados de valor afectivo, parece inversamente proporcional a la calidad moral de sus poseedores. Los advenedizos se refugian de modo ilusorio detrás de objetos que intentan conservar intactos, pero que sufren achaques del paso del tiempo como huida hacia la muerte. La obsesión del control ejercido sobre las cosas conduce a una existencia rígida que crea una sensación de clausura. El crimen es la profanación del orden social que el burgués intenta mantener. Los decorados interiores que desvelan las ambiciones y la locura derrochadora dejan entrever los móviles de los crímenes. Gaboriau se preocupa por mostrar los fondos de una pequeña sociedad ociosa y alborotadora, derribando la máscara de las fachadas detrás de las cuales se levanta un mundo de ilusión y del disimulo, de superficie brillante pero de interior podrido. El dorso del decorado descubre entonces un espacio roído por los vicios, caracterizado por su mal gusto y su disparidad. A través de un lujo alborotador, de adquisición rápida, Gaboriau denuncia la tiranía de la posesión y la uniformización de los gustos. El lujo de apariencia, la opulencia chillona de los advenedizos, que se opone al lujo sólido y comedido de la aristocracia testimonia una necesidad de nacimiento y de proyección de una clase cuya ascensión social rápida resulta dudosa. Gaboriau condena una sociedad donde el valor único es el dinero y donde los bienes materiales definen el estatuto social sin otra consideración. La otra clase que forma esta alta sociedad que las novelas ponen en escena es la aristocracia, que vive en un decorado magnificado y grandioso, pero sin detalles y sin realismo. El espacio interior aristocrático es superficial, estereotipado e idealizado. Gaboriau sólo muestra las habitaciones de recepción y de paso, espacios del desfile social que subrayan la importancia de la apariencia en este mundo, apariencia de orden y de tranquilidad que el crimen va quebrantar. La teatralización de los interiores favorece la introducción de escenas dramáticas. El confinamiento de esta élite en hoteles parisinos particulares y castillos provinciales es propicio a la rotura, porque el espacio cerrado es a la vez seguridad y trampa. Detrás de un decorado principesco, misterios oscuros se disimulan. El espacio invadido por grandes secretos, mancillado por faltas pasadas que multiplican los engaños y las mentiras, se ensombrece poco a poco, a medida que la intriga evoluciona y lo transforma en una prisión dorada. El lujo majestuoso de la aristocracia no llega a esconder una grandeza que decae, porque le resulta imposible encontrar su sitio en el nuevo modelo de sociedad que el Segundo Imperio consolida. La pesadez y la solidez de su lujo expresan la inercia de una clase aislada y alejada de la modernidad, amenazada por los advenedizos. La organización socio-geográfico-moral de la capital, que separa a la vieja nobleza aristocrática virtuosa, confinada en faubourg Saint-Germain, barrio tradicional de esta clase, de la burguesía enriquecida y corrompida, que vive más bien en el barrio de la Chaussée-d¿Antin, zona de los nuevos ricos de las finanzas, subraya esta brecha entre dos mundos. La aristocracia, aunque ociosa y elitista, conserva sus criterios morales, la dignidad y el honor, los criminales nacidos de esta clase son intrusos que no respetan este código tradicional. El espacio interior pone en evidencia una casta en dificultades en una sociedad igualitaria, en la cual las jerarquías se desdibujan. Excluido del mundo de los negocios, su honor y su rectitud son incompatibles con el dinero. La aristocracia forma parte de un tiempo pasado y sus mansiones particulares son museos privados donde las colecciones que se amontonan demuestran el pesar de una edad de oro, lo mismo que las ruinas de sus castillos provinciales atestiguan de la nostalgia de una gloria apagada. Los jardines de los hoteles son así el lugar de la inocencia. La naturaleza tranquila y benévola ofrece una calma ideal para la expresión de los sentimientos amorosos y el respeto a la intimidad. En la provincia, los parques de los castillos proporcionan igualmente un espacio para las citas secretas. Lugar de la infancia, la naturaleza allí es dulce y clara. Asociada con el pasado y con la provincia, manteniendo con la naturaleza la relación más íntima, la aristocracia es la clase de los valores tradicionales y terratenientes. Al no encontrar su sitio en París, se refugian en la provincia como un regreso a sus orígenes, verdadero conservatorio de esta clase. Pasado y provincia son indisociables, esta última vinculada a la historia del crimen, pues las malas acciones que inauguran las novelas son las consecuencias funestas de crímenes impunes provinciales y pasados. El pasado provincial ofrece, pues, la llave del misterio y descubre la verdad. La provincia es a menudo el lugar de la vuelta al orden final como la vuelta al principio, al amor, a lo auténtico. Representa el regressus ad uterum y permite recargarse y apaciguarse. Presenta, pues, un aspecto autobiográfico ya que queda vinculada a la infancia y a la nostalgia de un tiempo feliz y pasado. Esta asociación con el pasado marca una de las grandes diferencias entre la provincia y París, siendo la capital el espacio del presente. París y la provincia se confrontan en una relación opuesta. La provincia es la salvación frente a la perdición de París. Frente al escaparate, es la intimidad. Frente al peligro, es el refugio. Frente a la muerte, es el renacimiento. Locus amoenus por sus paisajes, la naturaleza símbolo de descanso, de regeneración, de protección ofrece en la provincia un retiro a las víctimas de las intrigas parisinas. Las descripciones espaciales presentan un aspecto turístico, correspondiente al gusto de la época por el viaje al campo. Los paisajes se caracterizan por sus colores y sus matices, mientras que el espacio urbano ofrece una gama de colores reducida esencialmente al blanco y al negro. Los matices de los colores, la sombra protectora de los árboles, la tibieza de la atmósfera, la dulzura de la brisa aportan medida al espacio provincial, mientras que en la capital el espacio parece dividido en trozos a través de los contrastes que se acumulan. La naturaleza en toda su fuerza y su belleza ofrece a la mirada benévola paisajes conservados, que evocan la presencia de una fuerza divina protectora, la misma fuerza que impone una justicia providencial, encargada de infligir el castigo merecido a los verdaderos culpables. Los numerosos panoramas presentan un espacio unificado, ya que la visión que abrazan eleva un paisaje provincial homogéneo opuesto al terreno urbano caótico, que no se presta a una visión que engloba y tranquiliza. Los viejos castillos en ruina, llenos de romanticismo, y los árboles antiguos con raíces profundas diseminados en el decorado, hacen resurgir el pasado. La modernidad frenada, la relación del hombre con la naturaleza queda todavía garantizada. La pintura de los paisajes crea una sensación de libertad y de apertura, ausente en París donde, al contrario, el enclaustramiento se hace sentir, particularmente, a través del importante lugar que ocupan las descripciones de los interiores y la ausencia de visiones panorámicas. Pero más allá de los paisajes bucólicos, Gaboriau ofrece a su lector la crónica de una provincia familiar y próxima, presentando a sus habitantes y sus costumbres. La pintura costumbrista, invadida por lugares comunes atribuibles a la mirada burguesa parisina, es divertida e irónica. Espacio del atesoramiento de las fuerzas físicas y materiales, el aburrimiento y la ociosidad que alimentan la curiosidad más extrema convierten a la provincia en una cárcel a cielo abierto. La ociosidad omnipresente en este espacio del amortajamiento conduce a hacer de la provincia un infierno, donde la mirada y la palabra se alían para dar origen a una opinión pública temible. En este discurso ideológico, la provincia no escapa a los estereotipos del tiempo perezoso y del gasto vano, que la convierten en un universo atrasado, olvidado por París y donde el progreso tiene dificultad para instalarse. La provincia escapa, pues, de la modernidad devoradora y de la huida del tiempo. Anclada en el pasado, es fiadora de tradiciones y de una permanencia sinónima de seguridad. El tiempo lento la envuelve en un capullo protector que la mantiene, todavía por un tiempo, lejos de la aceleración hacia el futuro. Aunque un abismo geográfico y temporal separa a París de la provincia, un lazo los une: el crimen. En novelas policíacas, que reflejan las transformaciones sociales, la focalización sobre el crimen es el signo de un malestar colectivo y multiforme. Mientras que el crimen exorciza el temor de la violencia y de la muerte, situarlo en la provincia es poner en duda la seguridad, es declarar que el peligro acecha por todas partes, porque el mal es el Hombre. La inocencia de la provincia vuelve su intrusión más estruendosa. La novela es el relato de la duda generalizada y de las falsas apariencias. El misterio del teatro del crimen, su lado desconcertante y extraordinario, refuerzan el sentimiento de inseguridad, que invade la época, multiplicado todavía más por la presencia de jueces débiles y limitados de instrucción y de policías no siempre perspicaces. A través de la pintura negra de los espacios del castigo, Gaboriau condena una justicia del error que emana de un poder judicial ciego, de una administración envejecida, lenta y anquilosada que apresura a inocentes, dicta sobreseimientos y deja escapar a los culpables. En París, el Palacio de Justicia y el depósito de la Prefectura de Policía, verdaderos loci horribiles, son las antecámaras de la muerte. Espacios del castigo abusivo, representan un trayecto de sufrimientos para detenidos inocentes atrapados en los meandros judiciales. A la vez laberinto y tumba, los espacios del castigo que figuran la cara oscura y represiva de la justicia, permiten al autor denunciar las detenciones arbitrarias, multiplicando la figura de la falso culpable y declarar su oposición a la pena capital. El autor también acusa la justicia-espectáculo, particularmente a través de la descripción del juicio que tiene lugar en el tribunal provincial de Sauveterre, y caracteriza los lugares del castigo como espacios donde la intimidad es destruida. La puesta en escena del crimen, indisociable de la muchedumbre expresa la obsesión de los contemporáneos por los asuntos judiciales, su fascinación para las grandes figuras del mal y los grandes hechos criminales. La justicia desacreditada, las novelas se basan en el triunfo de los héroes policías. Gaboriau ofrece una crónica del crimen e instruye a sus lectores en el dominio de los procedimientos policiacos. Innova poniendo en escena a policías, aficionados o profesionales, que apelan a la ciencia. En las tinieblas que rodean la escena del crimen, el policía es el único capaz de descifrar la verdad. Su ojo, en un ambiente donde todo es engañoso, descubre el enigma y aporta la luz a un espacio violento y desordenado. La intrusión en lo cotidiano privado, en la intimidad de estos policías contribuye a hacerles más accesibles y más humanos. En novelas escaparates de la modernidad, los policías aseguran el triunfo del pensamiento positivista. La ciencia y el progreso se ponen al servicio de la investigación, en episodios que se convertirán en escenas claves de la novela policiaca, y donde el espacio observado y razonado desempeña un papel de primer orden. Gaboriau es el inventor de la novela policiaca francesa. Así puso en marcha, o confirmó, la presencia de estereotipos del género: el lugar del crimen, la ciudad, los suburbios, el depósito de cadáveres, el Palacio de Justicia, la Prefectura de Policía, la prisión, los interiores cerrados¿ Pero a través de los espacios descritos o evocados, Gaboriau es también el creador de una novela socio-judicial, como intentamos demostrar a lo largo de este trabajo. El París del crimen es la capital moderna y burguesa, en la cual el dinero y la ambición incitan a la clase en el poder a cometer la falta. Mientras que el crimen es esencialmente parisino y burgués, y mancilla los interiores brillantes de la alta sociedad corrompida, la rehabilitación es provincial y aristocrática. Entre los dos, los bajos fondos de la capital, que acentúan la negrura y el peligro, sólo otorgan un lugar de segunda importancia a las poblaciones miserables. El Palacio de Justicia y la Prefectura de Policía son los espacios del castigo de la misma élite alrededor de la cual se construyen las intrigas. Todavía más, el suburbio como el espacio de la marginalidad o al contrario del éxito social, el depósito de cadáveres y los bailes públicos, como los espacios del populacho, las calles de París de Haussmann como el espacio del oro y de la muchedumbre, la estación como el espacio de la modernidad, o la ciudad pequeña de provincia como espacio de la mediocridad burguesa, forman un decorado lleno de sentido y siempre sirven para enfocar la novela. Gaboriau percibe el espacio como un indicador social y hasta toma partido a través de los lugares que hace "ver" a sus lectores. Lejos de una descripción supuestamente objetiva, las novelas judiciales de Gaboriau descubren en estos espacios la imagen de una sociedad parisina en plena metamorfosis, y también la visión de una cultura del afán de lucro que enturbia profundamente el espíritu positivista del autor.